Coralia y Maruxa

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Coralia e Maruxa. Ilustración: Alberto R. Rodríguez Pérez

Coralia y Maruxa, hijas de un humilde zapatero, crecieron en una familia obrera con once hermanos, entre los cuales destacaban tres miembros del movimiento anarquista de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). Cuando estalló la guerra, uno de sus hermanos fue asesinado y los otros dos lograron escapar. Sin embargo, la pesadilla comenzó para Coralia y Maruxa cuando los falangistas intentaron utilizar a su familia para averiguar el paradero de los fugitivos.

Los falangistas irrumpían en su casa a altas horas de la noche, sometiéndolas a toda suerte de horrores: desde las amenazas habituales, tormentos y hasta el afeitado forzado de sus cabezas. Destrozaban su hogar, las humillaban desnudándolas en público e incluso se rumoreaba que las llevaban al Monte do Pedroso de Santiago para torturarlas y abusar de ellas.

Esta pesadilla se extendió desde el comienzo de la guerra en julio de 1936 hasta mediados de la década de 1940, cuando finalmente arrestaron a los hermanos fugitivos. No cabía duda de que los malos tratos continuados que sufrieron durante tanto tiempo fueron la causa de la locura que finalmente se apoderó de ambas.

Desafortunadamente, su situación económica no mejoró después de que cesó la violencia en su contra. Las hermanas, que habían sido costureras toda su vida junto a su madre, se vieron obligadas a abandonar su oficio porque sus clientes habituales dejaron de contar con sus servicios, alegando sus vínculos con los anarquistas. Sin embargo, la sociedad compostelana desempeñó un papel crucial en su supervivencia. Aquellos que deseaban ayudarlas encontraron una manera sutil de hacerlo, sin tener que ofrecerles caridad directa. Compraban cosas para ellas en los comercios de la ciudad, especialmente en el ultramarinos Carro, ubicado en la Plaza del Toral, donde el dueño, Tito Carro, les proporcionaba alimentos y bienes como si fueran promociones, en lugar de limosna.

A principios de los años 60, un fuerte temporal arrasó con el tejado de su casa, y los vecinos reunieron una generosa suma de 250 mil pesetas en una colecta, una cantidad significativa para la época.

A pesar de todo lo que habían vivido, Coralia y Maruxa se convirtieron en un faro de alegría y color en Santiago de Compostela, saliendo a pasear todos los días a las dos en punto. En una España sumida en la dictadura de Franco, marcada por el pesimismo y la represión, las hermanas Fandiño eran un raro destello de libertad y valentía. Su diario paseo irradiaba una vitalidad que desafiaba el ambiente opresivo que las rodeaba.

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